¿Qué somos, sino pasajeros de nuestro propio destino, viajando en el tiempo mientras las cosas pasan, los pueblos pasan y mueren tras nosotros?
Alicia Vignatti
Naicó, Perú y Hucal fueron pequeños pueblos situados a la vera del ferrocarril que unió Toay con Bahía Blanca, para acercar al puerto los productos de la región.
Durante décadas sus habitantes vivieron de actividades relacionadas con la explotación de los cercanos montes de caldén, como madera noble para muebles y parquets o como vulgar leña para alimentar la voracidad de las locomotoras cuando escaseó el carbón mineral a causa de las guerras mundiales.
Luego de haber devorado su principal recurso, Naicó, Perú y Hucal son parajes abandonados, con sólidas estaciones inútiles y unas pocas frágiles casas que el salitre disuelve lentamente.
De los sonidos del tren, de las mujeres en sus quehaceres y de los chicos en las hamacas del parque; del paso de carros y caballos de hacheros y automóviles de comerciantes; nada queda.
Sólo algunos vestigios en los interiores de casas que, viento a viento, caen y se pierden, cumpliendo el inexorable destino que marca la caducidad de las cosas.
Santiago Echaniz